martes , abril 30 2024

Franklin Romero, el restaurador

Hijo de impresor, Romero lleva más de 15 años dedicado a uno de los oficios más insólitos, necesarios y nobles de la vida urbana: la restauración de libros antiguos. Conozca parte de las anécdotas de este hombre que transforma ediciones en obras de arte que se salvan del olvido y del tiempo

Por Rodrigo Blanco —Fotografía Nestor Valecillos

Restaurar: “Reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía”. Esta es la definición que el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos brinda. Al entrevistar a Franklin Romero, restaurador de libros y artista plástico, la palabra adquiere nuevos significados gracias a la cantidad de detalles y anécdotas que en verdad definen su noble oficio.

Franklin Romero nació en Caracas en 1972 y su condición de benjamín (es el menor de 10 hermanos) parece la depuración del gusto por trabajar con el papel. En su niñez, Romero ayudaba a su padre y a algunos hermanos en la imprenta que éste tenía en Guarenas hace ya muchos años. Luego, Romero estudió Artes Gráficas en la Cristóbal Rojas y se graduó en 1993. Desde entonces se ha dedicado a hacer revivir ediciones antiguas de diversos libros y a producir cuadernos, álbumes y todo tipo de papel. Actualmente administra su propio negocio, Traspapelart, en el cual restaura libros antiguos, diseña encuadernaciones y fabrica papel filigranado.

El taller de Romero queda en un apartamento del segundo piso del edificio Tacagua de Parque Central. Es un espacio iluminado y fresco que en nada se diferencia del lugar de trabajo de un artista plástico. Y es que, en su caso, arte y oficio se funden gracias a un depurado proceso en el cual, más que restaurar, pareciera que estuviera creando por vez primera esos ejemplares descabalados que llegan a sus manos cual pacientes de terapia intensiva.

Apenas entro al taller me ofrece una taza de café y me muestra con contenida emoción uno de los nuevos encargos que tiene entre manos: un ejemplar de Ifigenia, de Teresa de la Parra, de 1924. Debe, entre otras cosas, reparar el lomo del libro para así mantener la tapa original hecha de madera. Parte importante de su trabajo es escuchar los motivos de los clientes para querer restaurar un libro. Conectarse con lo que el objeto significa para su dueño y así poder devolverlo al “estado o estimación que antes tenía”. Igualmente, Franklin atiende a la propia naturaleza de los libros a restaurar y trabaja en función de lo que conviene hacer en cada caso.

Según Franklin, las razones que llevan a las personas a querer restaurar un libro muchas veces son de orden sentimental. Son textos cuyo contenido se ha vuelto inservible y que, sin embargo, son como estampas de una memoria familiar. Por ejemplo, un cliente quiso que restaurara los dos volúmenes raídos de una vieja edición de la Enciclopedia Sopena. El cliente explicó que el valor particular de estos ejemplares radicaba en que habían pertenecido a su abuelo, quien había sido condenado dos veces a pena de muerte durante los años más duros del franquismo, después de la Guerra Civil Española. Al parecer, los soldados que custodiaban los pabellones donde se encontraba frecuentemente le quitaban esa enciclopedia por variables períodos. Ante el temor de perder su única fuente de lecturas y distracciones, el recluso redactó una nota en las portadas interiores de los dos volúmenes solicitando a los soldados que por favor cuidaran aquellos libros y que se los devolvieran. El abuelo logró escapar de la cárcel con su enciclopedia en mano; de aquella época quedaron esos libros con la nota manuscrita, como un símbolo de antiguos días aciagos de resistencia y lectura.

Romero también recuerda el caso de una clienta que le trajo un viejo recetario de cocina de Armando Scannone. Al ver el estado del libro, Romero le sugirió que era más económico que comprara un nuevo recetario. La señora le hizo ver las manchas de huevo en las recetas de tortilla española o las de tomate en las recetas de pastas, así como otras tantas huellas de una larga tradición culinaria y familiar que ese viejo libro recogía. El recetario era una especie de álbum donde estaban las imágenes de entrañables días pasados que valía la pena cuidar y recordar.

Cuando cuenta estas anécdotas, Franklin Romero (alto, delgado y con barba a lo Cortázar) no puede evitar sonreír. Parece encontrar allí, en esos clientes que se niegan a dejar morir sus libros más preciados, una correspondencia de esa pasión que hoy día le sirve de sustento.

Por otra parte, además de la restauración, Franklin Romero fabrica distintos tipos de papel y diseña cuadernos ex profeso, según las necesidades e indicaciones que los clientes le den. Me enseña un hermoso y grande cuaderno de dibujo que ha construido para un estudiante de diseño. Por estar cosidos a mano, tienen una flexibilidad y resistencia que prácticamente es imposible de conseguir en papelerías corrientes. De modo que podríamos decir que este restaurador de libros, fabricante de papel y diseñador de encuadernaciones, le ha sabido transmitir a sus creaciones ese carácter único que define su arte y su oficio.

 

Los interesados en contactar a Franklin Romero pueden hacerlo a través del siguiente número: 0414.307.7138. También pueden escribirle a traspapelart@gmail.com. En su blog, puede apreciarse parte de su trabajo: www.traspapelar.blogspot.com.

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