sábado , abril 20 2024

Una pasión en el desierto

Por Daniel Centeno Maldonado

Sucedió una semana antes en el teatro del casino Venetian de Las Vegas: John Fogerty contó la anécdota de su actuación con Creedence Clearwater Revival en Woodstock. Para muchos ese recital es todo un misterio. El mismo Fogerty se encargó de prohibir su publicación aduciendo un poco de vergüenza ante el resultado final. Creedence debía salir a escena después de que Grateful Dead terminara un show infinito y lisérgico antes de las 9 de la noche del sábado 16 de agosto de 1969. Pero no sucedió así. El conjunto de Jerry García se quitó bien entrada la madrugada, y el combo de Fogerty tuvo que enfrentarse ante un público entumecido y desnudo sobre litros de lodo.

Con la frustración de entregar el cien por ciento a medio millón de zombis, el líder de Creedence sintió que todo estaba perdido. Y así tocó: expiatoriamente, entre un humo denso y en la total oscuridad de las almas. El absurdo llegó a su culmen cuando el mismo Fogerty terminó una canción y vio como a un cuarto de milla a la única persona en pie de todo el lodazal. Una lucecita que encendía su mechero y gritaba con lo que la yerba podía dejarlo modular: “¡No te preocupes John! ¡Estamos contigo!”

Así fue cómo Creedence Clearwater Revival tocó todo su concierto para esa luciérnaga humana. Así fue cómo John Fogerty luego compuso “Who?ll Stop the Rain” para un total desconocido.

Eran otros tiempos.

Lo pienso mientras camino rumbo al primer día del Desert Trip, y me topo con un cable rosa para iPhone de última generación. Está tirado en el piso del lote 15 del estacionamiento del festival que ha despertado las mayores expectativas de los últimos tiempos. Nada tiene que ver el Empire Polo Club de Indio con la granja en la que se hizo Woodstock. Acá todo es pulcro y organizado. Sus 133 hectáreas están planificadas con precisión alemana. Olvídense de lo improvisado de aquellos días de hippismo, del amor fraternal, del lodo, de la falta de puestos de comidas, de los cuerpos en pelota picada y de todo el cuento de un Fogerty que ahora toca en casinos. Desde que el 9 de mayo se agotaron las entradas del Desert Trip en cuestión de cinco horas, la promotora Goldenvoice quiere que sus clientes disfruten de una experiencia en donde no quepa la decepción. ¡Bienvenidos al festival más lucrativo de la historia!

Todo detalle ha sido cuidado con mimo. La cajita del festival que llegó en septiembre a la puerta de cada casa es un estuche de monería que apela a la nostalgia: desde las palmeritas decorativas que la tapizan hasta los brazaletes que se deben activar por internet y el View-Master con imágenes de los músicos. Lo último es todo un guiño a la generación baby boomer a la que va dirigido este banquete sonoro. Probablemente estemos hablando de aquellos hippies que ahora mismo quizás estén detrás de prósperas empresas, sí como aquella que fabricó el cable de ese iPhone tirado al descuido o la aplicación del festival que puede instalarse en los teléfonos móviles. Porque no hay que equivocarse: la gracia y su experiencia prometida existe en la medida en la que se cuente con el dinero suficiente para financiarla. Un somero repaso a los precios de las entradas sin los impuestos sirven para redondear la idea: los boletos VIP salen a 1.599 dólares, los de un solo día a 199 dólares y los pases de todo el fin de semana a 399 dólares. Lo del yantar es otra cosa: las cenas de cuatro platos van por los 225 dólares por persona, la experiencia culinaria de “todo lo que puedas comer” sale a 179 dólares y el combo de los tres días ronda los 499 dólares. Hay que decir que son más de 30 los chefs internacionales encargados de explotar el paladar con langostas y manjares. También hay expertos en eso que llaman el maridaje entre los vinos y para la cerveza artesanal se contrataron a los mejores nombres.

Desert Trip es un juego de palabras que alude a un viaje al desierto, tanto en sentido real como psicotrópico. Paul Tollet, presidente de la aludida Goldenvoice, la misma del festival Coachella, confesó a la Rolling Stone que fueron dos los años de negociaciones para tener el sí de los seis artistas del cartel. Su terquedad llegó a buen puerto, y prometió entre 14 y 20 millones de dólares a cada uno de ellos por su show. Así que todos estábamos invitados a formar parte de ese viaje, pero el sacrificio monetario ya es otro asunto.

No vayan a pensar que todo el esfuerzo de Tollet se hizo por amor al arte.

Día 1 (Bob Dylan/The Rolling Stones)

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. El viernes 7 de octubre el atardecer del desierto invita a la cita bíblica. Bob Dylan, Dios para muchos presentes, inauguró el encuentro días antes de ser tocado por la varita del Nobel. El asunto estriba en que el único representante norteamericano del país que creó el rock retrasa su salida a escena por tiempo indefinido.

Aún huele a caballo en todo el Empire Polo Club y noto que la gente está ordenada en enormes establos: cercas de maderas pintadas de blanco forman cuadrados en donde pernoctan en el césped buena parte de las 75 mil personas del público. La mayoría aparenta tener de 50 años en adelante, pero en menor medida también hay veinteañeros. Las chicas visten camisetas floreadas, botas vaqueras o sombreros anchos del neo hipismo de franquicias como Abercrombie o Forever 21. Las hay con camisetas de los artistas del día o del cartel o incluso de propuestas que nada tienen que ver con la cita (Guns N? Roses, por ejemplo). Una joven de unos 21 años lleva una negra en la que se lee en inglés la siguiente oración: “¿Quién diablos es Mick Jagger?”

Un tiovivo de a 8 dólares por persona comienza a colorear la noche. A lo lejos un DJ pone canciones de Jimi Hendrix o The Kinks para los que llegaron en casas rodantes. Hace un par de horas que se terminaron las sesiones de yoga y pilates programadas para el público festivalero. El tiovivo ahora se torna amarillo para transformarse en la happy face. Y Dylan aparece para tocar una irreconocible “Rainy Day Women#12 & 35” casi a las 7 p.m.

Es verdad que el de Duluth no se traiciona a sí mismo. Llega con aura de maestro huraño sin contacto con el público. Los jóvenes caminan en procura de latas de Budlight de a 10 dólares o por simple tedio, pero los mayores e incondicionales se postran ante el tótem. Dylan se esconde detrás de un piano y en la mitad de su show las pantallas sólo transmiten imágenes en blanco y negro de trenes o de estampas americanas del siglo pasado. Su banda es de primera. Transita por el country, el folk, el rock o el blues con la gracia de un gato que dobla una esquina. Su jefe apenas ladra “Don?t Think Twice It?s all Right” o “Highway 61 Revisited”. De pie y armónica en mano regala otras gemas como “Simple Twist of Fate”, “Early Roman Kings”, “Love Sick”, “Tangled Up In Blue”, “Lonesome Day Blues”, “Pay Your Blood”, “Soon After Midnight y Ballad of a Thin Man”. Para cuando “Masters of War” cierra el show, apenas han pasado unos escasos 75 minutos de recital. Un joven regresa con unas camisetas recién compradas en el puesto de mercancía oficial y exclama: “¡Ya terminó! Si apenas pude escuchar una canción antes de hacer la cola.”

Y sí, Dylan se va sin siquiera haberle dado permiso a la prensa para ser fotografiado con su sombrero cordobés. Ladró, ya se dijo, desde el principio hasta el final de su comparecencia. El sentido de este verbo ya queda a gusto de cada quién.

El bajón es innegable. Unas chicas intercambian noticias al revisar su celular: Catherine Zeta-Jones, Michael Douglas, Rob Lowe y Cindy Crawford están entre el público comentan al descuido. Una dice que a la modelo Georgia May Jagger, hija del cantante de los Stones, la vieron comiendo en la zona. Es probable. Desde que comenzaron los rumores del festival, una noche en la habitación más barata de todo el área se acerca a los 200 dólares. El cielo tiene un precio, y el papá de Georgia está a punto de hacer valer esta entrada.

Si Dylan fue la austeridad, los Rolling Stones juegan con lo opuesto. Y no decepcionan. Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ronnie Wood aparecen tras los primeros compases de “Start Me Up” para encender un ambiente de brasa fría. Es cierto que sus “satánicas majestades” son unas fieras al momento de venderse a sí mismos. Horas antes los periódicos de medio mundo habían anunciado la inminente salida de su próximo disco de estudio, Blue & Lonesome. El mismo Jagger atizó a las masas con una camiseta con la lengua azul. Así que la expectación ya estaba macerada.

Un show de los Stones se ha vuelto en un asunto social. Importa más haber estado allí, que el aporte musical de un grupo que no sorprende desde los 70. No obstante, para el Desert Trip se notan variaciones en un recital que llevan replicando desde hace más de dos décadas. Hay un extra en canciones como “Mixed Emotions” o el estreno de “Ride ‘Em on Down”. También es cierto que esta maquinaria de éxitos no deja de lado sus imprescindibles “It?s Only Rock ?n? Roll”, “Miss You”, “Gimme Shelter”, “Sympathy for the Devil”, “Brown Sugar”, “Jumpin? Jack Flash”, “You Can?t Always Get What You Want”, “Midnight Rambler”, “Wild Horses” y “(I Can?t Get No)? Satisfaction”. Pero se notan unas ganas de complacer a un público que los ha seguido de toda la vida. Jagger, aunque bromea al no permitir chistes sobre la edad, hace una primera mención de manera clara: “Bienvenidos a la casa de retiro de Palm Springs para estos distinguidos músicos ingleses”.

Y sí, hay un momento mágico, una excepción en su repertorio: una versión de “Come Together” de los Beatles, que alguien del público escucha sorprendido al igual que todos los presentes y con el puño en alto: Sir Paul McCartney.

¿Quién dijo que los Stones no crearon el rock de estadios?

Lea la crónica completa en www.saladeespera.com.ve Disfrute de la revista digital

Revisa Tambíen

Las criaturas de Guillermo del Toro, las buenas de la película

Guillermo del Toro dice que su mundo fantástico se construyó en sus primeros 11 años …