martes , julio 23 2024

Hable con su casa que algo queda

Froilán Fernández – @froilan – froilan@gmail.com

Con más de cinco décadas de evolución, el arte de codificar una conducta inteligente dentro de un programa ya no es motivo de polémica alguna. En los años setenta y ochenta del siglo pasado todavía era una afrenta defender la inteligencia de algo tan poco cálido como un programa de computador, sin importar los avances concretos de la inteligencia artificial. Los guiños venían desde Hollywwod, cuando, por ejemplo, un algoritmo con voz de mujer sensual lograba enamorar a un protagonista medianamente inteligente. Pero tanto la ciencia ficción como el cine nos han enseñado a asumir que toda máquina con dos dedos de frente es potencialmente peligrosa, al menos de este lado del mundo; afortunados los japoneses que cuentan con legiones de robots buenos, simpáticos y hasta tiernos.

A pesar de los beneficios tangibles de los avances tecnológicos, el desarrollo de la inteligencia artificial siempre se ha visto con cierta cautela. No objetamos, por ejemplo, la capacidad de comunicarnos a distancia que nos da un teléfono celular, incluyendo las video llamadas, pero la predicción de un computador tan inteligente como los humanos, casi siempre provoca reacciones en contra, algunas de total rechazo.

Si compartimos como definición de inteligencia la capacidad de resolver problemas cuando no se tienen todos los datos disponibles sobre una situación determinada, tendríamos que admitir que ya estamos conviviendo con dispositivos que son, en cierta medida, inteligentes. Por ejemplo, hace 40 años se veía como imposible que un computador entendiera una conversación, pero hoy nuestro computador más personal, el celular, no sólo entiende lo que le preguntamos, también es capaz de buscar para nosotros información en la web y responder rápidamente a algunas de nuestras preguntas.

Hablando con las cosas

El desarrollo más reciente de esta capacidad de entender las órdenes verbales se aprecia en los mayordomos inteligentes que ofrecen los gigantes de Internet, como Amazon, Google o Apple, por nombrar a los más prominentes. Estos dispositivos comenzaron con un sencillo formato: se trata de altavoces dotados de micrófonos, que saben escuchar y que, gracias a un software especial, dan respuestas basadas en la información que hay en la web, leen las noticias, ponen música, o informan sobre el tráfico o el clima, pero lo más notable es que pueden aprender a medida que interactúan con los humanos.

Amazon abrió este mercado del hogar conectado y con capacidad de escucha, al lanzar el altavoz Echo, con el software Alexa, que luego fue usado por fabricantes de otros dispositivos, suiches, bombillos y artefactos de control que también saben escuchar y convierten la casa en una entidad dinámica.

Google vino después con Home, con funciones similares, y Apple es el contendor más reciente en este nuevo mercado, con una novedad: el HomePod tiene detectores para medir el espacio de la sala o de la habitación donde se encuentra y adapta el sonido a ese ambiente. Otros fabricantes escogen uno de estos tres diseños y usan el software respectivo para ofrecer complementos que hacen del hogar conectado un ente con personalidad propia.

Con esta tecnología, podemos pensar que el entorno hogareño puede evolucionar hasta interpretar nuestro estado de ánimo y responder de manera inteligente para adoptar la ambientación más adecuada.

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