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El maestro, Pedro Grases

Por Carlos Maldonado-Bourgoin

Algunos personajes tienen presencia viva al invocarlos. Son nombres que traen a la mente aquellas cualidades tan propias que los destacaron y ennoblecieron. Decir que el santo que todo lo tiene, que todo lo da, es Juan el Bautista, no es en vano. Igual que el genio de la constancia, tenacidad y libertad es Simón Bolívar; que el patriota de la lealtad, la rectitud y el sacrificio es el Mariscal A. J. de Sucre o que el prócer civil de clase, honor y justicia es el Dr. J. M. Vargas.

Cierra el año centenario del nacimiento del Maestro Pedro Grases, sinónimo de trabajo y de servicio, entre otros tantos atributos. Todos lo recuerdan como una “maquinita” de productividad y eficiencia, como un pozo inagotable de interrogantes y de conocimientos. Arturo Uslar Pietri calificó de “faraónica” su obra y dijo: “No se podrá escribir sobre las letras y el pensamiento venezolanos sin mencionar a Grases, sin servirse de Grases, sin seguir a Grases en la asombrosa variedad de sus pesquisas y hallazgos”.

Por el “maestro” está perfectamente estudiado -de forma orgánica- el Pensamiento Político del Siglo XIX venezolano, y gracias a él se volvieron a leer a los clásicos de nuestra literatura. Documentación de aquí y de otras partes está catalogada y estudiada a fondo por su trabajo. Por Grases se descubrieron enigmas y se corrigieron imprecisiones en nuestra historia. Muchos, entre sorprendidos, e incómodos otros, llegaron a decir que Grases tenía facultades casi detectivescas.

Las dos Guerras Mundiales y la Guerra Civil Española aportaron a Venezuela y a América valiosos recursos humanos. Con los emigrantes, se reforzó la cultura del trabajo, la experiencia, los conocimientos y la constancia en el hacer. Entre los que llegaron a esta tierra de promisión sobresale Pedro Grases, maestro de varias generaciones, cuya enseñanza se prolonga aún en el tiempo. Llegó a Venezuela el 17 de agosto del 1937 y fue entregado a la tierra venezolana el 17 de agosto del 2004. Su sepelio fue clamor de admiración, respeto y gratitud. Su vida había sido eso, un canto a la vida y al siempre estar haciendo. “He trabajado mucho y me he cansado muy poco”, decía.

Ejerció la docencia por los cuatro costados de manera directa e indirecta, y fue un ejemplo. Sus clases eran formativas y entretenidas. Contribuyó a formar por añadidura, más que titulados, ciudadanos con otras potencialidades además del estudio. Los 21 volúmenes de obras de Pedro Grases, de unas 600 páginas cada una, son el principio de investigaciones de temas diversos.

Para Grases, el ser profesor no tenía estancos ni horarios. Era, en sus palabras, un ejercicio continuo “a un paso cada día”. A menudo, a Grases se le escuchaba decir: “Más vale tener en la mano un corazón que un dólar”. Con apasionamiento, exclamaba: “La obra más grande es dedicarse a educar”, y concluía: “definitivamente hay que retomar el espíritu de esfuerzo, de trabajo con convicción, constancia y solidaridad”.

El profesor y humanista era un hombre encandilado por el paisaje físico y humano de Venezuela y América. En la plenitud de su vida y con sobradas credenciales, se le tentó a quedarse en Harvard o en Bloomington, en los EE.UU., o en Cambridge, Inglaterra. Él rechazó esa tranquilidad por el encanto y las dificultades que hay aquí. Venezuela se había apoderado de él.

Nunca quiso irse del país. Tampoco dejó de pensar y de estar cuando lo pudo en su añorada tierra de origen del Penedés (provincia de Barcelona). La casa particular de los Grases, el Nº 9 por donde pasa la recién nombrada calle Don Pedro Grases en La Castellana, era la Qta. Vilafranca, una de las primeras en la urbanización. Por más de 60 años se encontró allí uno de los recintos más prestigiosos de estudio, investigación y reflexión de la cultura venezolana, además de estar la sede de la Secretaria de la Comisión Editora de las Obras Completas de Andrés Bello. La casa de los Grases fue “Punto Fijo” para las libertades de América, como lo fue en la independencia la Casa de Miranda en Londres, en el 28 Grafton Way.

Tuvo el metódico y laborioso maestro Grases que construir una casa aparte para albergar sus amados libros, valorados por libreros especializados del extranjero en considerables sumas. Dicha colección de miles de ejemplares fue entregada por él a comienzos del otoño de su vida a Eugenio Mendoza, su gran amigo, para que fundara la Universidad Metropolitana, en 1976. “Por si fuera poco el regalo de sí mismo, Pedro Grases nos dona hoy su biblioteca” (Viñeta de El Nacional — Caracas: Miércoles 3 de Noviembre de 1976).

El 18 de septiembre de 1979, el Dr. Luis Herrera Campins, considera la donación hecha por Grases a Venezuela. Y para conmemorar sus 70 años de nacimiento y 40 de docencia, dicta el Decreto N° 279, que reza así: “Procédase a construir por cuenta del Tesoro Nacional el edificio sede de la Biblioteca de la Universidad Metropolitana de Caracas, que se denominará Biblioteca Pedro Grases”.

Quienes tuvieron el privilegio de conocerlo personalmente, los que fueron sus correspondientes nacionales y extranjeros, quienes saben de él por referencia y los que obligatoriamente estudian sus trabajos, tienen presente al maestro Grases.

Cataluña le recordó con solemnidad y emoción al cierre del año centenario de su nacimiento. Fue, con palabras, en sesión solemne en el Palacio de Requesens de la Real Academia de las Buenas Letras; con las musas, en el Palacio de la Música de Barcelona; en concierto, con la Orquesta Sinfónica del Vallés, bajo la dirección del Maestro David Giménez Carreras -sobrino del afamado tenor- y la actuación de la pianista venezolana Vanessa Pérez.

Venezuela le ha recordado y le seguirá recordando al final de la efemérides en la Universidad Metropolitana, en la Fundación Francisco Herrera Luque, en la prensa especializada, en la radio y en la TV. La Comisión de Planificación y Desarrollo Urbano del Municipio Chacao ha producido el Acuerdo de la calle Don Pedro Grases, y el Sistema Nacional de Orquestas que preside el Maestro José Antonio Abreu lo homenajeó en octubre.

La terrible y aleccionadora experiencia de Grases (tener que salir de España con 27 años de edad, esposa e hijo de dos años y medio, en 1936) fue aprovechada y con creces por el ilustre profesor universitario, escritor y político. Se fue para no perder la vida. La patria había sido tomada por el despropósito y el desgobierno. Fue una experiencia traumática que Grases transformó y cambio de signo al llegar a Venezuela en el vapor holandés “Simón Bolívar”.

Don Pedro siempre lo recordaba en sus charlas y entrevistas, en textos y en confidencias epistolares. Cincuenta y cinco años más tarde, en carta a la profesora Monse Gárate, en 1992, escribe: “lo fundamental en la vida es la gente buena, con alma y sentimiento que sirve a los demás. […] Desde entonces he procurado seguir el ejemplo de las personas generosas y sanas de espíritu”.

Pronunciar el nombre de Pedro Grases es referirse a la apropiada palabra de trabajo y servicio. Es hablar de un hombre que ejerció de puente y de embajador académico entre América y Europa. Don Pedro Grases un nombre que es hoy referencia viva de la cultura hispánica.

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