jueves , abril 25 2024

Tiempo y Ciudad…

Los amorosos no son los que abandonan,
no son los que cambian; son quienes no olvidan.
Jaime Sabines

Por José Antonio Saenz

Sólo una ciudad -mujer hecha tiempo circular- puede abolir el presente y vivir en el pasado y el futuro. La ciudad debe desvestirse lentamente; ser caminada cual laberíntico mandala al conjuro de su orgásmica psiquis. Ajena a 140 caracteres que canjean importancia por urgencia.

Quijote caraqueño

Hoy, la Caracas de cemento apagó el canto de las chicharras y no recuerda el bronce que saludó calesas junto al árbol de Garmendia en la Esquina de San Francisco: la vida es apenas un breve momento / y yo, con ser ceiba, soy perecedera. / Hago testamento: el día que muera / le dejo a la tierra toda mi madera / y todas mis flores se las doy al viento.

Ha olvidado que cuando era Santiago de León de Caracas del ayer, en ella vivía un anciano vecino: Alonso de Ledesma. Corría 1595 y los piratas de Preston -patente de corso sellada por Sir Raleigh y Su Graciosa Majestad- anclaron cerca de La Guaira. Los defensores custodiaban el Camino Español, pero el inglés abrió trocha por Chacao, donde topó con un viejo montado en caballo reumático, armadura oxidada y lanza en ristre. Los invasores se burlan del loco. Alonso ataca. Un arcabuz lo derriba. El yelmo no permite vislumbrar el rostro ya inmóvil.

Diez años después Europa conocerá a otro caballero andante que alucina gigantes transmutados en molinos. ¿Acaso ambos “locos” amaban a la misma mujer? ¿Fue Caracas precursora de Dulcinea? Escuchemos a Benedetti con música de Serrat: toda ciudad puede ser otra / cuando el amor la transfigura / cada ciudad puede ser tantas / como amorosos la seduzcan…

Del aire al aire…

La red vacía y nerudiana (“alimento apresurado, vasija, vino y panes que se fueron”) vuela desde Machu Picchu hasta la Caracas de los setenta, la que aderezó Sebastián Elcano (seudónimo de Hugo García Robles), con sibaríticas crónicas, en una edad de oro de cocineros y augurales viñas de Altagracia.

En cabecera la hayaca: arqueta de texturas; hoja de plátano africano seducida por el maíz americano, en cuya espiga imaginó Andrés Bello el plumaje de un cacique karibe. Desnuda, se abre al tenedor de cuatro dientes -inventado por Leonardo- que penetra sus aromas. Gallina, cerdo, vaca y pasas, narran mitologías ibéricas y griegas. La masa teñida con onoto tiene ecos de azafrán; en las alcaparras subyace la Córdoba de Maimónides -prescriptor de aceite de oliva- emulado cuatro siglos después por un marino que untaría zumo de aceituna en las galletas engullidas por Colón, rumbo a las Indias Occidentales… Utopía de Moro.

De la polis a la civitas

Para Ortega y Gasset la ciudad es una secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente al cosmos. Ello establece diferenciación entre naturaleza y ciudad, creación abstracta del hombre en la Antigua Grecia.

La ciudad ideal es la mediterránea y su arquetipo la plaza: ágora, lugar para la conversación, la disputa, la oratoria y la política. La urbe clásica no debería tener casas sino fachadas para enmarcar la plaza, es decir, escena artificial que “el animal urbano” acota sobre el anterior espacio agrícola, la cual nace de un instinto opuesto al doméstico. Se levanta una casa “para-estar-en-ella”; se funda la polis “para-reunirse-con-los-otros”, que también han salido de su hogar. La ciudad clásica es ciudad política: enlaza la polis griega con la civitas romana y llega hasta nuestros días con su cultura civilista a cuestas.

Calles con luz de patio

Caracas aún cobija tardes de viento a cuyo soplo la flauta de Pan -antigua siringa en bosques de Artemisa- evoca gemidos de esclavos y aroma de cacao arropado por flores de araguaney.

De niño -caminando por Montevideo- un hombre de pupilas apagadas nos dijo a mi padre y a mí: “…esta maravilla de ciudad es la Buenos Aires que perdimos”. Ignoro si cada hombre es todos los hombres, pero cabe conjeturar que cada ciudad es todas las ciudades. Caracas intuye que Borges también pensó en ella al susurrar:

Resbalo por la tarde montevideana / como el cansancio por la piedad de un declive./ La noche en tus azoteas es puerta falsa del tiempo/ y tus veredas miran al pasado leve./ Ciudad que se oye como un verso. Calles con luz de patio.

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