jueves , abril 18 2024

Luminoso pop Ulises Hadjis y sus Cosas perdidas

Bien valió la espera del segundo disco del músico maracucho Ulises Hadjis: 15 canciones en formato breve, con un sonido muy personal y hechas con una pequeña ayuda de muchos amigos

Por Oscar Medina — @oscarmedina1 – Fotografía: Osvaldo Pontón

Llámalo indie-pop si quieres. Ponle la etiqueta que mejor te plazca. Lo importante es escuchar. Ulises Hadjis ha hecho un disco luminoso. Ha logrado un hermoso puñado de canciones, breves y muy trabajadas. Tan pulidas que parecen sencillas. Como si fuera tan fácil. Como si se tratara de algo simple ubicarse en ese punto en el que una canción deja de ser una mera fórmula para intentar vender y se establece en el territorio del arte. Y esas cosas se toman su tiempo.

El maracucho Hadjis lanzó su primer compacto —Presente- en 2008. Y ya se veía que andaba por el buen camino. Consecuente con su propuesta, le puso cabeza y corazón a la definición de un sonido propio. Uno que transita por esa depurada corriente del pop que trabaja sin la ansiedad de figurar en las carteleras, pero sin la necia posición de pretender que lo suyo será apreciado sólo por entendidos e iluminados.

Cosas perdidas se llama su nuevo disco editado, finalmente, este año. Y para hacerlo Hadjis no solo trabajó con su productor de siempre, Roberto Rincón, sino que compartió proceso creativo con unos cuantos colegas de aquí y de más allá entre los que destacan Caplís Chacín, en el bajo; Carlos Quintero, en el piano; Algodón Egipcio, en los sintetizadores; Denise Gutiérrez (de Hello Seahorse!), en la voz; Cheba Massolo (guitarrista de The Nada), el mexicano Juan Manuel Torreblanca (teclados y voz) y el periodista y narrador Leo Felipe Campos en la composición de algunas letras.

— Pregunta obligada: ¿por qué tanto espacio entre un disco y otro?

— La grabación estaba bastante adelantada a principios del 2010. Estaban listas las baterías y tenía cuatro canciones casi terminadas, pero me fui a México ese agosto, luego a Argentina y España. Roberto, el productor, también tuvo varios viajes que se coordinaban en negativo con los míos: cuando yo llegaba él se iba. En el 2011 mudó su estudio y eso generó otro retraso. Ahora, en perspectiva, digo que tanto tiempo hizo que la obra madurara, pero a mediados del 2011 estaba a punto de volverme loco. En serio. La espera y los retrasos me estaban haciendo mucho daño.

— ¿Eres parte de una corriente que intenta demostrar que el pop no tiene por qué ser una cosa facilona hecha solo para vender?

— Sí, me encanta la idea de hacer pop. El pop se basa en dos cosas muy humanas: la brevedad y la repetición. La sociedad de consumo y los discos nos dieron la posibilidad de escuchar la misma canción 50 veces en un día. Algo inédito hasta ese momento. Algunas personas dicen que mis canciones son muy cortas, que debí repetir lo mismo dos veces, ¿para que? Ese es el chiste, si crees que es muy corta puedes oirla tres veces. La idea de “vender” es uno de los grandes fantasmas de la industria. Te espantarías al ver la cantidad de “productos” hechos con “la fórmula ganadora-vendedora” que no llegan a nada. El pop se ha desvirtuado, pero creo que mi generación lo está redimiendo.

— Resulta curioso —al menos siguiendo el camino de los estereotipos- que un sonido tan delicado y luminoso provenga de una ciudad tan “bullanguera” como Maracaibo. ¿Dentro del estudio, el entorno ya no influye?

— El entorno me influye mucho. Maracaibo es una ciudad profundamente introspectiva. El calor, el ruido, y la música a todo volumen dentro de un bus de ruta 6, hace que los pasajeros entren en un trance de reflexión. Te lo digo por experiencia: tomé cuatro buses diarios durante los cinco años de mi carrera universitaria. Creo que soy muy “maracaibero”, pero no de la manera que espera mucha gente. ¿Sabes que es muy de Maracaibo? Los ritmos ternarios y las armonías no diatónicas. Mi obra tiene algo de eso, pero no intento “ser maracucho” intento ser yo y, por ende, lo maracucho emerge de manera natural.

— ¿Cuál es la “receta” de una canción tuya?

— Honestidad, trabajo, reflexión, cuestionamiento, emoción, un poco de drama y un montón de cosas de las que no puedo dar cuenta con palabras.

— ¿Cómo saber cuándo una canción exige ser contada como historia lineal y cuándo a través de imágenes y sugerencias?

— En mi caso las letras casi siempre aparecen primero como fonemas, que luego mutan a palabras, que luego van haciendo un sentido evocativo o narrativo. Nunca digo “haré una canción sobre tal cosa”. Hoy una amiga de 11 años me dijo que cuando dibujaba hacía una raya al azar y luego veía qué podía hacer a partir de eso. Creo que yo hago igual.

— ¿Cuántos instrumentos tocas, cuál dominas mejor y con cuál te gusta componer?

— Bien-bien, toco guitarra y batería, viví un tiempo de dar clases de ambos. Puedo resolver instrumentos de cuerdas con trastes como bajo, bouzouki, cuatro, etcétera. Hago tonterías en el teclado y la percusión. Casi siempre compongo con la guitarra, cuando no, lo hago con el teclado.

— Antes era muy difícil grabar un disco, pero había lugares para tocar. Ahora es al revés. ¿Estás de acuerdo con esto o tu experiencia ha sido distinta?

— Creo que si eras un grupo de ska o de grunge en los años 90 sí era el caso. Pero en mi experiencia, como cantautor, en el 2005 no tenía muchos lugares donde tocar. La cosa ha cambiado un poco. Pero tienes razón, ahora es más sencillo grabar un disco que lograr cinco toques seguidos. Hay más artistas con cosas grabadas que con propuestas en vivo. No me parece que sea algo malo, es distinto.

— ¿De dónde nace y cómo es esa relación con músicos mexicanos, y especialmente con los que participan en el disco?

— Por internet. A Juan Manuel Torreblanca lo conocí por MySpace, me daba risa que todo el mundo lo tenía en su top. En 2008 le envié una idea para ver qué hacía y a partir de un riff escribió la canción Las horas que abre su último disco. Ese mismo año fui a México por primera vez y lo conocí en persona. Conectamos super rápido y ahora somos muy amigos. Compusimos y grabamos juntos Aquella ciudad, incluida en mi último álbum.Cheky (de Algodón Egipcio) fue a tocar en México en el 2009 y le regaló mi primer disco a Denise de Hello Seahorse! Le gustó y me escribió por Facebook. Nos hicimos muy amigos, la quiero un montón. A Marian Ruzzi la conocí por Juan Manuel cuando fui a México en el 2010, me dio la mitad de su pozole el día que la conocí: ¡nuestra amistad se selló para siempre! Las colaboraciones surgen como algo natural, son panas siempre, en mayor o menor medida.

— Finalizado el trabajo, ¿qué aportaron los invitados a la grabación?

— Ideas que nunca se me hubieran ocurrido. Le dieron otra dimensión a las canciones. Soy muy afortunado de contar con gente tan talentosa y generosa a mi alrededor.

— ¿Te sentiste trabajando como si formaras parte de una banda o todos entendían quién era el jefe en la sala?

— Siempre doy apertura, dejo que la gente haga lo que quiera: si los estoy invitando es por algo. Pero a veces sí doy algunas pautas o redirecciono la idea. Roberto (mi productor) me sirve mucho como espejo, entre los dos vamos guiando las colaboraciones. Pero muchas veces es como una tirada de dados: te llegan los tracks por internet, los montas en el proyecto y esperas que te gusten. Hasta ahora casi siempre me han gustado.

— ¿Tiene alguna explicación la imagen de la tapa del disco?

— Es una foto de Juan Pablo Garza intervenida por Cristian Vinck. Cuando se la mostré a mi hermano Aquiles, me respondió: “Está buena pero no tiene nada que ver con Cosas perdidas”. Le respondí esto: “Creo que sí. Miro hacia una mancha difusa y breve que es la memoria, mientras dejo atrás todo un entramado confuso que es el pasado”. Me gustó la idea de salir en la portada, ya casi nadie lo hace por miedo a salir como un pseudo galán.

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