sábado , abril 20 2024

Los melómanos, ¿nacen o se hacen?

Ocho fanáticos cuentan sus infidencias acerca de cómo llegaron a amar y vivir por y para la música

Por María Ángeles Octavio — mariaoctavio@yahoo.es — Fotografía: Néstor Valecillos

Mi mamá me decretó incapaz para la música desde muy pequeña. Fui declarada sorda como una tapia cuando todavía no caminaba. Parece que con las palmas o con la voz, nunca seguí un ritmo con armonía. El tema de la música se dejó de abordar para no herir, para que el complejo no surgiera. Sin embargo, el haber crecido sin música a mi alrededor me hizo sospechar, preguntarme qué hubiera pasado. No sé si papá o mamá tenían aficiones musicales, si fue así, nunca las percibí de forma explícita en mi casa. Me llevaron a uno que otro concierto y apoyaron todos mis caprichos musicales, pero no eran personas con un hábito musical.

Iba a otras casas en las que se oía música todo el día y me encantaba, me emocionaban ciertos temas y ritmos. Una navidad pedí un tocadiscos. Como buen realizador de sueños, el hijo de Dios me trajo mi aparato con algunos LP. Pasaba horas escuchando música a todo volumen y cantando frente al espejo. Montaba shows y cobraba para que los vieran. Sin embargo, debo confesar que la música no fue mi vida.

Cuando crecí un poco, pedí clases de ballet y me las dieron por la postura. Luego hice jazz, flamenco y tap por la pasión que despertaba el baile en mí. En realidad el ritmo me hacía sentir libre y esa sensación era mágica. María Luisa Bigott fue mi tutora en el ritmo. Bailé muchos años en su academia. Me sentí realizada cuando estaba sobre el escenario. Llegué a pensar en abandonar el bachillerato para dedicarme a bailar. Quería montar una academia de baile, pero papá me hizo desistir de esa idea. Pensó que estaba loca, sobre todo porque se preguntaba cómo podía bailar, si no tenía oído. Al verme en el Teatro Municipal, vestida de naipe en la primera fila, en una producción llamada Casino, no lo podía creer. Su hija bailaba. Concluyó que tal vez mis oídos estaban en mis pies. Bailaba muy bien, eso me dijo. Luego llegué a cantar a capela y solfear.

Debo reconocer que la música no fue para mí lo importante que yo hubiera querido. Coleccionar discos, conocer sus compositores, cantantes, la vida de estas personas me hubiera fascinado. El periodismo me ha acercado a este mundo, a la música. Tanto, que me puso en contacto con ocho obsesos de la música. Cuando los oía hablar, se me hacía agua la boca.

De estos encuentros, unos en persona, otros virtuales, me queda la idea de que con la música se vive mejor, pues llena el espíritu y lo enriquece. También que estas personas buscan comunicar sus conocimientos y que además todos tienen programas de radio en los que musicalizan el espacio según sus gustos y los de sus oyentes.

Federico Pacanins

Es un hombre modesto y podría decir muy discreto. Su impronta es la de un señor. Su espíritu, libre, desborda al hablar de música. Abogado, productor musical y radial, locutor, crítico musical y autor de libros como Jazzofilia, conoce de jazz, salsa y sus derivados como nadie. Tiene anécdotas de gran valor con personajes de nuestro acervo musical, como el maestro Aldemaro Romero y el recién desaparecido Rafa Galindo. Es un melómano comprobado

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