viernes , abril 19 2024

El sufrimiento también es deporte

Todo el que ama sufre, se suele decir por ahí. Y vaya si esta frase de sabiduría popular es aplicable tanto a los vaivenes del deporte como a la vida misma.

Los catalanes, para poner un ejemplo, conmemoran su día nacional cada 11 de septiembre, aniversario de su antepenúltima derrota ante las tropas borbónicas invasoras al mando del Duque de Berwick. Y en la tragedia griega, el destino fatalista era, más que una derrota, causa de orgullo y complacencia humana.

Hace algunos meses, en ocasión de  las entrega de los premios Globo de Oro, el actor Jeff Bridges — hasta entonces nunca tomado en cuenta a la hora de los reconocimientos — fue premiado por su trabajo en la película Corazón salvaje. Cuando le tocó hablar ante el público, dijo sarcásticamente: “Nunca le perdonaré al jurado haberme dado este premio, porque han acabado con mi reputación de artista perdedor”. Luego recibiría el Oscar, pero ya a Bridges se le habían acabado los argumentos irónicos y derrotistas.

En el deporte, son frecuentes los casos de equipos perdedores por naturaleza. Perdedores en el sentido estricto del hecho de perder, así haya sido en una final después de una temporada con más victorias que derrotas. Es una condición, una manera de ser, un espíritu, una forma de ver la vida. La caída llega, y bienvenida sea.

Veamos: en 2004, los Medias Rojas de Boston rompieron un fatalismo de 86 años sin ganar la Serie Mundial, mientras que los Cachorros de Chicago no obtienen el máximo gallardete del beisbol de las grandes ligas desde 1908. Se ha hablado de maldiciones, de conjuros y sortilegios, y ahí está la historia para demostrar esa “tradición” de clubes signados por — como en la primera novela de Gabriel García Márquez — la mala hora.

En Venezuela también se juega a la mala leche. En enero de 1986, los Tiburones de la Guaira, por entonces equipo exitoso y “duro de matar”, batió en el último juego de una ardiente final a los Leones del Caracas. Al año siguiente volverían a ser partícipes de la serie decisiva, aunque esta vez les tocó caer cuatro juegos a cero ante el mismo enconado adversario.

Nada hacía presagiar malos tiempos para los escualos, pero una sequía que esta temporada llegará a 25 años marca la adversidad más prolongada que recuerden los tiempos en la pelota criolla. En esta travesía, que ya parece inacabable, los Tiburones lo han intentado todo: han traído a importados de altísimo nivel y han tratado de desarrollar jugadores venezolanos en las ligas menores de Estados Unidos, pero nada ha podido romper el encantamiento.

Sus aficionados, nacidos para el sufrimiento, se regodean en  su masoquismo y comienzan a acariciar la posibilidad de celebrar 30 años sin títulos. Son los más ruidosos visitantes del estadio Universitario, pues su samba es la música que llena los espacios sonoros del escenario de Los Chaguaramos. Ganen o pierdan, los alrededores de la tribuna son alborotados por centenares de fanáticos que — saturados de cervezas — cantan y danzan hasta que la policía llega para persuadirlos.

El campeonato de béisbol profesional venezolano, tal vez el hecho de masas más esperado por el país, comenzó hace casi un mes, y los medios de comunicación se esmeran en sus detalles informativos y compiten por darle la mejor cobertura posible. Los aficionados de los Leones anhelan repetir el título alcanzado en la campaña pasada en la final ante el Magallanes, mientras que los de Navegantes aguardan con impaciencia de amantes el momento de cobrar desquite. Los hinchas de los Tigres de Aragua sueñan con volver a los días de sus conquistas, que le valieron ser el gran equipo de la década pasada,  a la vez que los de los Cardenales de Lara y las Águilas del Zulia añoran los tiempos cuando eran grandes candidatos.

Los incondicionales de Caribes de Anzoátegui y Bravos de Margarita ven cerca la posibilidad de alcanzar, al fin, su primera corona, y los de los Tiburones… ¿qué pasará por la cabeza de ellos, fieles a pie de la religión de las causas perdidas? ¿Cómo reaccionarán si, en vez de una nueva eliminación, su equipo del alma alcanza el título? Quizás uno de ellos, el más ferviente de todos, se parará en la lomita de los lanzadores — como Jeff Bridges en el estrado de los Globos de Oro — para despotricar del béisbol por haber acabado con su reputación de señores perdedores.

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