viernes , marzo 29 2024

Los secretos de Bocaranda

Uno de los periodistas más reconocidos del país ha decidido compartir sus experiencias de campo en un libro. El resultado es un mosaico de vivencias con algunos de los personajes más fascinantes de la historia contemporánea. Aquí comparte qué lo animó a revelar estas confidencias de trastienda

Por Magaly Rodríguez – Fotografías Cortesía Editorial Planeta

NBSElPoderdelosSecretosQuien converse con Nelson Bocaranda debe tener muy claro que hay dos personas que coexisten en ese mismo cuerpo. Uno es el hombre que socializa con el mundo exterior. El otro es un sabueso con una memoria prodigiosa que no descansa nunca de olfatear. Mientras comparte desde la terraza de su oficina cómo fue que John F. Kennedy le metió un coscorrón llegando a Caracas (era entonces un pichón de periodista que encandiló al mandatario con el flash de su cámara), el estruendo de un avión militar cruza el cielo y ocurre lo inevitable. Bocaranda detiene en seco el recuento. Entorna los ojos e intenta escudriñar el cielo a través de la arboleda. Si fuera un perro de caza, está claro que tendría las orejas alzadas y la cola erguida. Enseguida desbloquea el iPad. Revisa Twitter. Envía un mensaje y espera respuestas. A sus 70 años, ese hábito de no descuidarse nunca es sin duda lo que le ha permitido cosechar una fructífera carrera de 53 años en radio, prensa, televisión y web donde ha tenido acceso a los personajes y situaciones más insólitos dentro y fuera del país. Esas vivencias las recopila en “Bocaranda: El poder de los secretos”, un libro recientemente publicado por Planeta en el que repasa esa bitácora desde sus inicios.

–¿Por qué decidió escribir estas memorias periodísticas?

–En parte fue por presión familiar. Mi esposa, mis hijos y mis productores de la radio llevaban años empeñados en que yo tenía que dejar testimonio de lo que he visto, que contara cómo hacíamos periodismo antes, cómo uno podía entrar en casi cualquier parte y tener acceso a las fuentes. A veces contaba una anécdota de alguien a quien conocí o de una noticia que reporté y me decían: ‘¿ves? Eso hay que contarlo’. Yo empecé a trabajar en 1962 siendo un muchachito y, aunque todavía estaba estudiando en la UCAB, en esa época había un gran respeto por el periodista. Te atendían, te daban cifras, te permitían presenciar y difundir momentos muy importantes en la vida del país. A uno le tocó vivir muchas de esas experiencias y me pareció oportuno compartirlas sobre todo ahora, cuando estamos tratando de mantener esa libertad.

–¿Quién lo ayudó?

–Diego Arroyo Gil me ayudó a ordenar esas anécdotas. Simón Alberto Consalvi, que era mi primo segundo, hizo con él su biografía y me gustó mucho, así que cuando conocí a Diego, le dije: ‘contigo sí le echo pichón’. Mi esposa Bolivia también me ayudó a digitalizar las fotos que aparecen en el libro. Muchas estaban colgadas en el baño de mi casa. Tengo amigos que le dicen ‘el baño cagante’ porque las paredes están tapizadas de fotos de personajes con los que compartí en algún momento. Una vez Raphael, el cantante, fue a mi casa y después de que fue al baño, me dijo: “tenéis que poner un espejito en medio de las fotos, para que uno no se sienta solo” (risas).

–Usted cuenta en su libro que tuvo una relación con una actriz de Hollywood (Natalie Jacobs) y que incluso en una ocasión el actor Charlton Heston los ayudó a cambiar un caucho. ¿Qué personajes tuvo oportunidad de conocer en esa época?

–Ufff, muchos. Compartimos con Natalie Wood, Richard Wagner, Burt Reynolds, Candice Bergen, Gene Kelly, Andy Warhol… Quizás los que más me impactaron fueron Jacqueline Bisset, que era una mujer bellísima, y Truman Capote.

–¿Y no era muy angustioso para usted como periodista no poder abordarlos a todos?

–¡Claro! Lo que pasa es que yo trataba de actuar normal para no quedar como un groupie… En esa época no había las camaritas que tenemos ahora. Menos mal que por ahí quedaron fotos con algunos, si no ¿quién me iba a creer? “¿Tú conociste a Gene Kelly? ¡Mojón! Qué embustero” (risas).

–Durante su carrera ha podido conversar con una larga lista de líderes mundiales, artistas, magnates, gente de a pie… ¿Qué entrevista no esperaba conseguir y la obtuvo?

–Una conversación con el Sha de Persia. Yo iba con la comitiva de Venezuela en un viaje en el que lo conocimos y solo por estar ahí poco a poco me fui metiendo en su círculo más cercano. No estaba buscando ningún tubazo porque él no le daba entrevistas a nadie, pero fue abriendo esa coraza y pude compartir con él. Hablamos de petróleo y de lo que estaba pasando en ese momento. También hablé con Audrey Hepburn, que era el ídolo de mi vida.

–Sus “runrunes” siempre dan de qué hablar. Sobre todo los que tuvieron que ver con la salud del presidente Chávez. ¿Cuál fue su criterio para elegir si difundía lo que sabía o no?

–El respeto. Mi esposa también vivió lo mismo y por eso estaba exageradamente sensibilizado ante lo que eso significa. Procuré ser siempre respetuoso con lo que revelaba y las fuentes que han leído el libro me lo han reconocido. Dije solamente la verdad. Ni más, ni menos.

–¿Alguna vez un personaje se ha molestado con usted en medio de una entrevista y se ha ido?

–No. Que se hayan parado y se hayan ido, no. Aunque una vez entrevisté a Barbra Streisand cuando estaba estrenando una película que ella dirigió –que se llama El Príncipe de las Mareas– le comenté por casualidad que había una frase mal traducida en la versión en español y aquella mujer se enardeció. Mandó a llamar gente, qué cómo era posible que hubiese un error en su película… Es una persona muy minuciosa con su trabajo y yo no lo sabía. Eso me sorprendió.

–Rosa Montero dice que el momento mágico para un periodista es cuando el entrevistado se va abriendo como una concha marina y se va mostrando tal como es. ¿Cómo abre usted esa concha?

–Cada personaje tiene una forma de ser tocado por uno. Todos son distintos y uno tiene que ver por dónde. Una vez entrevisté a Mikhail Gorbachov y empecé comentándole que me imaginaba la falta que le hacía su mujer, que había fallecido hace poco, y entablamos una buena comunicación. Cuando conversé con Fidel Castro en 1989, por ejemplo, hubo gente que me criticó que no le diera más duro, pero si uno empieza una entrevista atacando, la persona no se abre. Si la gente busca ese video, se dará cuenta de que sí le hice varios cuestionamientos, y con todo y eso, Fidel habló conmigo durante 96 minutos. Se fue quedando… Claro, también hay entrevistas de entrevistas. Hay personas a las que simplemente se les pregunta por lo noticioso y ya está. No siempre tienes que mostrar su lado humano. Quizás lo que yo procuro es que el entrevistado se sienta cómodo y que el momento que elijamos para conversar sea el oportuno… Pero a todo el mundo hay cómo entrarle. Cada uno tiene su corazoncito.

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Fotografía: Nicolás Pineda – Revista Sala de Espera

Libreta abierta

¿Un entrevistado que le haya decepcionado? José María Aznar. No sé, con él no tuve mucha conexión. No era la persona que yo me imaginaba.

¿Un entrevistado que lo haya sorprendido gratamente? Gabriel Valdés, un canciller chileno. Tenía un sentido del humor extraordinario. Lo entrevisté una vez en Venevisión y me asustó en vivo con una cucarachita de plástico que cargaba en el bolsillo.

¿Cómo sabe cuándo le están mintiendo? No siempre te das cuenta, pero la experiencia que te dan los años ayuda. A veces ves que el otro se delata por ciertos signos, y a medida que te das cuenta y repreguntas, más se enreda y descubres que ahí hay algo. Pero aún si lo que te están diciendo es falso, esa mentira también puede ser noticia.

¿A qué figura mundial recuerda con afecto? A Jimmy Carter. Una vez lo ayudé a preparar un discurso en español y nunca se olvidó de eso. Cuando nos hemos encontrado por ahí, él y su esposa Rosalinda me han saludado con cariño.

¿Con quién se haría un selfie? Con el papa Francisco, que seguro diría que sí. Me encantaría sentarme a hablar con él.

¿A qué personaje fallecido le hubiera gustado entrevistar? A Chávez, ya entrado su mandato.

¿Y vivo? A Barack Obama.

¿Alguna vez ha pensado: “después de esta entrevista, ya puedo morir en paz”? La verdad es que no (risas). No creo que tire la toalla nunca.

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